¿Cómo puedo perdonar a alguien que sigue lastimándome?




  • Perdonar a alguien que continuamente te lastima o te lastima emocionalmente puede ser un desafío, pero es vital para sanar y seguir adelante.
  • Perdonar significa dejar ir el resentimiento, la ira y el deseo de venganza, y elegir liberar las emociones negativas asociadas con las acciones hirientes.
  • Puede ser difícil perdonar a alguien que te lastimó debido al dolor, la traición y los problemas de confianza que surgen, lo que dificulta dejar ir y seguir adelante.
  • Sin embargo, el perdón es esencial para el crecimiento personal, el bienestar mental y el mantenimiento de relaciones saludables; te permite liberarte de la carga de llevar rencores y emociones negativas.

¿Qué dice la Biblia acerca del perdón?

Las Escrituras nos hablan con gran sabiduría y compasión acerca de la importancia vital del perdón en nuestras vidas como seguidores de Cristo. En el corazón mismo de nuestra fe se encuentra la asombrosa realidad del perdón de Dios que nos ha sido concedido a través de Jesús. Como nos recuerda San Pablo, «habiendo cancelado la acusación de nuestro endeudamiento legal, que se opuso a nosotros y nos condenó; lo ha quitado, clavándolo en la cruz» (Colosenses 2:14) (McBrien, 1994). ¡Qué maravilloso amor es este, que Dios cancele nuestras deudas y nos dé un nuevo comienzo!

Y habiendo recibido tal gracia, estamos llamados a extender el perdón a los demás. Nuestro Señor Jesús nos enseña a orar: «Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mateo 6:12) (Burke-Sivers, 2015). Existe una poderosa conexión entre el perdón de Dios hacia nosotros y nuestro perdón hacia los demás. Cuando albergamos falta de perdón, nos cerramos de recibir plenamente la misericordia de Dios. Como dice sabiamente el Catecismo, «el amor, como el Cuerpo de Cristo, es indivisible; no podemos amar al Dios que no podemos ver si no amamos al hermano o hermana que vemos» (Burke-Sivers, 2015).

Las Escrituras nos dan hermosos ejemplos de perdón: José perdonando a sus hermanos, David perdonando la vida de Saúl, Jesús perdonando a los que lo crucificaron. Vemos que el perdón no es fácil, pero es posible por la gracia de Dios. Requiere humildad, compasión y confianza en la justicia de Dios. Como nos exhorta san Pablo: «Sed bondadosos y compasivos los unos con los otros, perdonándoos los unos a los otros, como en Cristo Dios os perdonó» (Efesios 4:32).

Recordemos que el perdón no significa olvidar o excusar el mal. Más bien, significa liberar nuestro derecho a la venganza y confiar en que Dios traerá justicia y sanidad a Su manera y tiempo. Es un proceso que puede llevar tiempo, especialmente para las heridas profundas. Pero a medida que perdonamos, encontramos libertad de la amargura y reflejamos el corazón misericordioso de nuestro Padre Celestial.

¿Cómo modeló Jesús el perdón?

Amados, en Jesucristo vemos la encarnación perfecta del perdón, un perdón que es a la vez divino y profundamente humano. A lo largo de su ministerio terrenal, nuestro Señor demostró un corazón de compasión y misericordia, siempre dispuesto a perdonar a aquellos que se acercaron a él con corazones arrepentidos.

Vemos que el perdón de Jesús se muestra con mayor fuerza en la cruz. Aun cuando soportó sufrimientos inimaginables, Jesús oró por sus perseguidores: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34) (Burke-Sivers, 2015). En ese momento de agonía suprema, nuestro Salvador se derramó en amor completo y perfecto, mostrándonos el verdadero significado del perdón. No esperó a que sus torturadores se disculparan o hicieran las paces. Más bien, tomó la iniciativa de extender la misericordia, reconociendo su ceguera espiritual.

A lo largo de su ministerio, Jesús modeló consistentemente un espíritu perdonador. Dio la bienvenida a los recaudadores de impuestos y pecadores, para consternación de la élite religiosa. A la mujer atrapada en el adulterio, ofreció compasión y un nuevo comienzo, diciendo: «Tampoco te condeno. Ve y no peques más" (Juan 8:11). Enseñó a sus discípulos a perdonar «setenta veces siete» veces, ilustrando la misericordia ilimitada de Dios (Mateo 18:22) (McBrien, 1994).

Es importante destacar que Jesús vinculó el perdón de Dios hacia nosotros con nuestro perdón hacia los demás. En la oración del Señor y en sus enseñanzas, dejó claro que no podemos esperar recibir el perdón si no estamos dispuestos a extenderlo a otros (Mateo 6:14-15). Esto nos desafía a examinar nuestro propio corazón y a reconocer nuestra profunda necesidad de la misericordia de Dios.

Al mismo tiempo, el perdón de Jesús no fue un olvido pasivo del pecado. Él llamó a la gente al arrepentimiento y la transformación. Su perdón abrió el camino para la curación y la nueva vida. Como le dijo al paralítico: «Tus pecados te son perdonados... Levántate, toma tu cama y anda» (Marcos 2:5,9).

Al contemplar el ejemplo de Jesús, podemos estar llenos de gratitud por su misericordia ilimitada hacia nosotros. Y pidamos la gracia de perdonar como él perdona, libre, plenamente y de corazón. Porque al hacerlo, participamos en su vida divina y nos convertimos en instrumentos de su amor sanador en nuestro mundo herido.

¿Es el perdón una elección o un sentimiento?

Esta es una pregunta poderosa que toca la naturaleza misma del perdón. La verdad es que el perdón implica tanto nuestra voluntad como nuestras emociones, pero comienza fundamentalmente como una elección, una decisión de la voluntad, empoderada por la gracia de Dios.

Cuando hemos sido profundamente heridos, nuestros sentimientos pueden clamar por justicia o incluso venganza. El dolor, la ira y la sensación de traición pueden ser abrumadores. En tales momentos, el perdón puede parecer imposible. Sin embargo, es precisamente entonces cuando estamos llamados a tomar una decisión: una decisión de seguir el ejemplo de Cristo y el mandato de perdonar, incluso cuando nuestras emociones se resisten.

Como afirma un sabio autor, «el perdón es una decisión, pero también es un proceso que requiere tiempo y esfuerzo» (Hoffman, 2018). No decimos simplemente las palabras «te perdono» y esperamos que todos nuestros sentimientos heridos desaparezcan instantáneamente. Más bien, nos comprometemos a perdonar, y luego cooperamos con la gracia de Dios mientras Él obra en nuestros corazones a lo largo del tiempo para traer curación emocional y verdadera libertad.

Esta comprensión puede ser liberadora. No necesitamos esperar hasta que tengamos ganas de perdonar para comenzar el proceso. Podemos elegir perdonar incluso mientras reconocemos nuestro dolor y enojo. Al hacerlo, nos abrimos a la obra transformadora de Dios en nuestros corazones.

El Catecismo sabiamente señala: «No está en nuestras manos no sentir ni olvidar una ofensa; pero el corazón que se ofrece al Espíritu Santo convierte la herida en compasión y purifica la memoria al transformar la herida en intercesión» (Burke-Sivers, 2015). Esta hermosa visión muestra cómo nuestra elección de perdonar, cuando estamos unidos a la acción del Espíritu Santo, puede cambiar gradualmente nuestros sentimientos e incluso nuestros recuerdos del dolor.

Recordemos también que el perdón no es un evento de una sola vez, sino un proceso continuo. Es posible que tengamos que reafirmar nuestra elección de perdonar muchas veces, especialmente cuando los recuerdos del dolor resurgen. Esto es normal y no significa que hayamos fallado en perdonar. Más bien, es una oportunidad para renovar nuestro compromiso y pedir la curación continua de Dios.

En todo esto, miramos a Cristo como nuestro modelo y fuente de fortaleza. Él eligió perdonarnos mientras aún éramos pecadores, sin esperar a que lo mereciéramos. Y nos da la gracia de tomar esa misma decisión, confiando en que a medida que lo hagamos, nuestros sentimientos se alinearán gradualmente con nuestra decisión.

¿Tengo que perdonar si la persona no se arrepiente?

Esta pregunta toca uno de los aspectos más desafiantes del perdón. Es natural sentir que el perdón debe depender del arrepentimiento del ofensor. Después de todo, anhelamos la justicia y el reconocimiento del mal que se nos ha hecho. Sin embargo, Cristo nos llama a un nivel superior, que refleje el propio corazón misericordioso de Dios.

Recuerda cómo nuestro Señor Jesús, mientras estaba colgado en la cruz, oró por los que lo crucificaban: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34) (Burke-Sivers, 2015). En ese momento, sus perseguidores no habían mostrado remordimiento, pero Jesús extendió el perdón. Este ejemplo radical nos desafía a considerar: ¿Podemos perdonar aun cuando la otra persona no se arrepienta?

La respuesta, por difícil que sea, es sí. Estamos llamados a perdonar independientemente de la actitud o las acciones de la otra persona. Esto no significa que perdonemos el error cometido o finjamos que no sucedió. Más bien, significa que elegimos liberar nuestro derecho a la venganza y confiar la justicia a Dios. Como escribe San Pablo: «No os venguéis, sino dejad lugar a la ira de Dios, porque está escrito: «Es mío vengar; Retribuiré», dice el Señor» (Romanos 12:19) (Hoffman, 2018).

Perdonar a una persona no arrepentida no significa necesariamente restaurar la relación a su estado anterior. El perdón y la reconciliación están relacionados pero son distintos. El perdón es algo que podemos hacer unilateralmente, por la gracia de Dios. La reconciliación, por otro lado, requiere arrepentimiento y cambio de comportamiento por parte del ofensor. Podemos perdonar a alguien mientras mantenemos límites saludables para protegernos de más daño.

Es importante entender que perdonar a una persona impenitente es principalmente por nuestro propio bienestar espiritual y emocional. Aferrarse a la falta de perdón puede conducir a la amargura que corroe nuestra alma y obstaculiza nuestra relación con Dios y los demás. Al elegir perdonar, nos liberamos de la carga del resentimiento y abrimos nuestros corazones a la gracia sanadora de Dios.

Este tipo de perdón no es fácil. Requiere una gran humildad y una profunda dependencia de la fuerza de Dios. Es posible que tengamos que reafirmar repetidamente nuestra decisión de perdonar, especialmente cuando los recuerdos del dolor resurgen. Pero a medida que persistimos en este camino de misericordia, crecemos en semejanza a Cristo y experimentamos la libertad que proviene de dejar ir.

Recordemos que también nosotros hemos sido perdonados mucho por Dios, muchas veces antes de darnos cuenta plenamente de nuestra necesidad de perdón. Mientras luchamos por perdonar a quienes no se arrepienten, aprovechemos el amor incondicional de Dios por nosotros y pidamos la gracia de extender ese mismo amor a los demás.

¿Cómo puedo perdonar a alguien que sigue lastimándome?

Esta pregunta toca una situación profundamente dolorosa que muchos enfrentan. Cuando alguien nos lastima repetidamente, el llamado a perdonar puede parecer no solo difícil, sino incluso injusto o peligroso. Sin embargo, con la gracia de Dios, es posible cultivar un corazón perdonador incluso en estas circunstancias difíciles.

En primer lugar, seamos claros: El perdón no significa permitir que el abuso continúe. Como afirma un sabio autor, «el perdón y la apertura a más abusos no son lo mismo» (Burke-Sivers, 2015). Tenemos la responsabilidad de establecer límites saludables y protegernos del daño. El perdón se trata de nuestra actitud interna; no requiere que permanezcamos en situaciones dañinas.

Dicho esto, ¿cómo podemos perdonar frente al daño continuo? Comienza con el reconocimiento de que el perdón es un proceso, no un evento de una sola vez. Como aconseja un consejero, puede ser más útil decir «estoy trabajando para perdonarte» en lugar de declarar inmediatamente «te perdono» (Hoffman, 2018). Esto reconoce la realidad de que la curación lleva tiempo, especialmente cuando las heridas son profundas o recurrentes.

También debemos entender que el perdón no significa olvidar. Es correcto y necesario recordar las heridas pasadas para establecer límites apropiados. Perdonar significa dejar ir nuestro deseo de venganza y nuestro derecho a castigar al ofensor, pero no requiere que finjamos que la ofensa nunca sucedió.

En situaciones de dolor repetido, puede ser útil separar los incidentes individuales en nuestras mentes. Podemos trabajar en perdonar acciones específicas a medida que ocurren, en lugar de sentirnos abrumados por toda la historia del dolor. Este enfoque nos permite progresar en el perdón incluso si la relación general sigue siendo difícil.

La oración es esencial en este proceso. Podemos pedirle a Dios la gracia de perdonar, reconociendo nuestra propia debilidad y necesidad de ayuda divina. También podemos orar por la persona que nos está lastimando, pidiéndole a Dios que trabaje en su vida y produzca un cambio positivo. Esto no excusa su comportamiento, pero nos ayuda a mantener una perspectiva compasiva.

También es importante buscar el apoyo de otros: amigos de confianza, familiares o consejeros profesionales. Tratar de perdonar de forma aislada puede ser abrumador. A veces necesitamos que otros nos recuerden el amor de Dios y nos animen en nuestro camino hacia el perdón.

Finalmente, recordemos que el perdón se trata en última instancia de nuestra propia libertad espiritual. Al elegir perdonar, incluso cuando la otra persona continúa lastimándonos, evitamos que la amargura se arraigue en nuestros corazones. Nos abrimos a la sanidad y la paz de Dios, independientemente de las acciones de la otra persona.

Esto no es fácil. Requiere gran coraje y perseverancia. Pero a medida que caminamos por este camino, confiando en la fuerza de Dios, crecemos en semejanza a Cristo y experimentamos la verdad de sus palabras: «Si el Hijo os hace libres, seréis libres» (Juan 8, 36).

¿Cuál es la diferencia entre perdón y reconciliación?

El perdón y la reconciliación son conceptos estrechamente relacionados pero distintos en nuestro camino de fe y relaciones. El perdón es un proceso interno: una decisión que tomamos en nuestro corazón para liberar a alguien de la deuda que nos debe debido a sus irregularidades. Se trata de un acto unilateral que no depende de la respuesta de la otra persona. Como Jesús nos enseñó a orar, «Perdónanos nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mateo 6:12).(Cloud & Townsend, 2017)

La reconciliación, por otro lado, implica el restablecimiento de una relación rota y requiere la participación de ambas partes. Es un proceso mutuo de volver a estar juntos en armonía.(Cloud & Townsend, 2017)Si bien el perdón siempre es posible y ordenado por nuestro Señor, la reconciliación no siempre puede ser alcanzable o sabia, especialmente en casos de abuso continuo o comportamiento impenitente.

Debemos recordar que el perdón no significa necesariamente que debamos reconciliarnos o continuar en una relación dañina. Como nos recuerda San Pablo, «si es posible, en la medida en que dependa de vosotros, vivir en paz con todos» (Romanos 12:18). (Stanley et al., 2013) A veces, por nuestro propio bienestar y seguridad, es posible que tengamos que perdonar a alguien manteniendo unos límites y una distancia saludables.

El perdón es un don que nos damos a nosotros mismos y a los demás, liberándonos de la carga del resentimiento y abriendo nuestros corazones a la gracia sanadora de Dios. La reconciliación es el fruto esperado de ese perdón, pero requiere un arrepentimiento genuino, un comportamiento cambiado y una confianza reconstruida a lo largo del tiempo.(Cloud & Townsend, 2017)

Esforcémonos por perdonar como hemos sido perdonados por Dios, confiando en Su misericordia y justicia. Y siempre que sea posible, trabajemos hacia la reconciliación con sabiduría, paciencia y amor, siempre guiados por el Espíritu Santo.

¿Perdonar significa olvidar o excusar la ofensa?

Es un error común pensar que perdonar significa olvidar o excusar la ofensa. Este no es el caso. El perdón no se trata de borrar nuestros recuerdos o pretender que el dolor nunca sucedió. Más bien, se trata de elegir liberar al ofensor de la deuda que nos deben y dejar ir nuestro deseo de venganza (Forward, 2002).

Cuando perdonamos, reconocemos la realidad de la ofensa y el dolor que causó. No minimizamos ni justificamos las malas acciones. En cambio, tomamos la decisión consciente de no seguir oponiéndonos a la persona que nos lastimó. Como dice el salmista: «En la medida en que el oriente es del occidente, hasta ahora nos ha quitado nuestras transgresiones» (Salmo 103:12). (Cloud & Townsend, 2009)

El perdón no significa que olvidemos lo que pasó. De hecho, recordar puede ser importante para nuestra propia protección y crecimiento. Nuestro Señor Jesucristo, en Su infinita misericordia, perdonó a los que lo crucificaron, pero las heridas permanecieron en Su cuerpo glorificado como testimonio de Su sacrificio. Del mismo modo, podemos llevar las cicatrices de las heridas pasadas, pero a través del perdón, evitamos que esas heridas nos definan o controlen nuestro futuro. (Stanley et al., 2013)

El perdón no es lo mismo que la reconciliación o la restauración de la confianza. Estos pueden seguir al perdón, pero son procesos separados que a menudo requieren tiempo, comportamiento cambiado y relaciones reconstruidas. El perdón es algo que podemos hacer unilateralmente, mientras que la reconciliación requiere la participación de ambas partes. (Stanley et al., 2013)

Recordemos que el perdón es un proceso, no un evento de una sola vez. Puede tomar tiempo para que nuestras emociones se alineen con nuestra decisión de perdonar. Es posible que tengamos que perdonar repetidamente a medida que resurgen los recuerdos o se producen nuevas heridas. Esto es normal y forma parte de nuestro camino humano hacia la curación y el crecimiento en el amor de Cristo (Stanley et al., 2013).

Al perdonar, imitamos a Cristo que nos perdonó mientras aún éramos pecadores. No excusamos el pecado, sino que extendemos misericordia, así como hemos recibido misericordia. Este acto de perdón nos libera de la carga del resentimiento y abre nuestros corazones a la gracia sanadora de Dios, permitiéndonos avanzar en paz y amor.

¿Cómo puedo superar los sentimientos de amargura y resentimiento?

Superar la amargura y el resentimiento es un viaje que requiere paciencia, oración y la gracia de Dios. Estas emociones negativas pueden ser como veneno en nuestras almas, obstaculizando nuestro crecimiento espiritual y nuestra capacidad de amar como Cristo nos ama. Pero anímate, porque con la ayuda de Dios podemos encontrar sanidad y libertad.

Primero, debemos reconocer nuestros sentimientos sin juicio. Es normal sentirse herido y enojado cuando hemos sido perjudicados. Nuestro Señor Jesús mismo experimentó toda la gama de emociones humanas, incluyendo la ira por la injusticia. Lo que importa es cómo respondemos a estos sentimientos. (Hoffman, 2018)

La oración es esencial en este proceso. Traiga su dolor y enojo a Dios en oración honesta y sincera. Derrama tus sentimientos a Él, sabiendo que Él entiende y se preocupa profundamente por ti. Como dice el salmista: «Echad vuestras preocupaciones sobre el Señor, y él os sostendrá» (Salmo 55:22).

Busca comprender la raíz de tu amargura. A menudo, el resentimiento crece a partir de expectativas insatisfechas, falta de perdón o una sensación de impotencia. Al identificar estos problemas subyacentes, podemos comenzar a abordarlos con la ayuda de Dios. (Hoffman, 2018)

Practica el perdón, no como un acto de una sola vez, sino como un proceso continuo. Recuerde, el perdón es una decisión que tomamos, a menudo antes de que nuestras emociones se pongan al día. Puede tomar tiempo para que nuestros sentimientos se alineen con nuestra elección de perdonar. Sé paciente contigo mismo en este proceso. (Hoffman, 2018)

Cultiva la gratitud y concéntrate en las bendiciones de tu vida. Esto puede ayudar a cambiar tu perspectiva de lo que se te ha quitado a lo que se te ha dado. Como aconseja San Pablo: «Por último, hermanos y hermanas, todo lo que es verdadero, todo lo que es noble, todo lo que es correcto, todo lo que es puro, todo lo que es hermoso, todo lo que es admirable, si algo es excelente o digno de alabanza, piensen en tales cosas» (Filipenses 4:8).

Busca el apoyo de tu comunidad de fe. Comparta sus luchas con amigos de confianza, un director espiritual o un consejero. A veces, simplemente expresar nuestros sentimientos en un ambiente seguro puede comenzar el proceso de curación. (Hoffman, 2018)

Finalmente, recuerde que superar la amargura no se trata de olvidar la ofensa o excusarla. Se trata de liberarse de la esclavitud emocional que crea el resentimiento. A medida que liberas tu derecho a la venganza y confías justicia a Dios, te abres a Su amor sanador.

Este viaje puede no ser fácil, pero vale la pena. Porque al dejar ir la amargura, hacemos espacio para que la alegría, la paz y el amor florezcan en nuestros corazones. Confía en la promesa del Señor: «Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo» (Ezequiel 36:26). Con Su ayuda, puedes superar la amargura y experimentar la libertad y la alegría que proviene de un corazón en paz.

¿Cómo puedo perdonarme por los errores del pasado?

El viaje de perdonarnos a nosotros mismos por los errores del pasado es a menudo uno de los caminos más desafiantes que caminamos en nuestras vidas espirituales. Sin embargo, es un viaje que nuestro Padre amoroso nos llama a emprender, porque Él desea nuestra libertad e integridad.

Primero, debemos reconocer que el auto-perdón no solo es posible sino necesario para nuestro bienestar espiritual y emocional. Nuestro Señor Jesucristo vino a ofrecer perdón y redención a todos, incluyéndonos a nosotros mismos. Como nos recuerda san Pablo, «Ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús» (Romanos 8:1).(Cloud & Townsend, 2009)

Para comenzar este proceso, debemos reconocer nuestros errores sin minimizarlos o exagerarlos. Llévelos a Dios en oración honesta, confesando nuestras faltas y pidiendo Su perdón. Recuerda: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo, y nos perdonará nuestros pecados y nos purificará de toda injusticia» (1 Juan 1, 9).

Es fundamental entender que el perdón de Dios no se basa en nuestra dignidad, sino en su infinita misericordia y amor. Cuando verdaderamente nos arrepentimos y buscamos Su perdón, Él lo concede libre y completamente. Como declara el profeta Isaías: «Aunque tus pecados sean como el escarlata, serán blancos como la nieve» (Isaías 1:18).(Cloud & Townsend, 2009)

A menudo, luchamos por perdonarnos a nosotros mismos porque nos aferramos a la vergüenza o a una autoimagen distorsionada. Debemos aprender a vernos a nosotros mismos como Dios nos ve, como sus hijos amados, dignos de amor y perdón. Medita sobre las verdades de las Escrituras que hablan del amor y la aceptación de Dios por ti.

Practica la autocompasión. Trátate con la misma amabilidad y comprensión que le ofrecerías a un querido amigo que ha cometido un error. Recuerda que todos somos seres imperfectos, capaces tanto de gran amor como de graves errores. Nuestros errores no nos definen; más bien, son oportunidades de crecimiento y una dependencia más profunda de la gracia de Dios.

Asumir la responsabilidad de sus acciones y sus consecuencias, pero también reconocer la diferencia entre la culpa y la vergüenza. La culpa puede motivarnos a enmendar y cambiar nuestro comportamiento, mientras que la vergüenza nos dice que somos inherentemente defectuosos o indignos. Rechaza la vergüenza, porque no es de Dios.(Lasater & Stiles, 2010)

Si es posible, haga las paces por sus errores. Esto puede implicar disculparse, hacer restitución o cambiar comportamientos dañinos. Tomar acciones concretas puede ayudar a aliviar la culpa y demostrar su compromiso con el cambio.

Finalmente, sé paciente contigo mismo. El auto-perdón, como todas las formas de perdón, es a menudo un proceso en lugar de un evento de una sola vez. Puede llevar tiempo que tus emociones se ajusten a la verdad del perdón de Dios y a tu decisión de perdonarte a ti mismo.NO_PRINTED_FORM(#)

Recuerde, que al perdonarnos a nosotros mismos, honramos el sacrificio de Cristo y nos abrimos al poder transformador de Su amor. A medida que avanzas hacia el perdón de ti mismo, puedes experimentar la libertad y la paz que provienen de abrazar la misericordia y la gracia ilimitadas de Dios.

¿Hay un límite a cuántas veces debemos perdonar?

Cuando se trata del perdón, nuestro Señor Jesús nos da una respuesta clara y desafiante. Cuando Pedro le preguntó: «Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano o hermana que peca contra mí? ¿Hasta siete veces?», respondió Jesús, «Les digo, no siete veces, sino setenta y siete» (Mateo 18:21-22). (McBrien, 1994)

Esta respuesta de nuestro Señor no está destinada a ser tomada literalmente como una fórmula matemática, sino más bien como una poderosa enseñanza sobre la naturaleza ilimitada del perdón. Jesús nos dice que no debe haber límite para nuestro perdón, al igual que no hay límite para el perdón de Dios hacia nosotros.

Debemos recordar que el perdón está en el corazón mismo del Evangelio. Nuestro Padre Celestial nos ha perdonado una deuda inconmensurable a través del sacrificio de Su Hijo. Como receptores de esta misericordia sin límites, estamos llamados a extender el mismo perdón a los demás, sin importar cuántas veces puedan equivocarnos (McBrien, 1994).

Pero esto no significa que el perdón sea fácil o que deba darse sin discernimiento. El perdón no equivale a tolerar el abuso continuo o el comportamiento dañino. Podemos perdonar a alguien mientras mantenemos límites saludables y buscamos justicia cuando sea apropiado. (Hoffman, 2018)

Es importante entender que el perdón no es un acontecimiento único, sino un proceso continuo. Cuando elegimos perdonar, es posible que tengamos que reafirmar esa decisión muchas veces, especialmente cuando los recuerdos del dolor resurgen o ocurren nuevas ofensas. Esto forma parte del camino del perdón y refleja la profundidad del perdón continuo de Dios hacia nosotros (Hoffman, 2018).

Perdonar repetidamente no significa que olvidemos o disculpemos la ofensa. Más bien, significa que elegimos, una y otra vez, liberar al ofensor de la deuda que nos debe y dejar ir nuestro deseo de venganza. Confiamos la justicia a Dios, que ve a todos y juzga con rectitud.(Cloud & Townsend, 2009; Hoffman, 2018)

En nuestra debilidad humana, podemos luchar con la idea del perdón ilimitado. Puede parecer imposible o incluso injusto. Pero recordemos que con Dios, todas las cosas son posibles. A través del poder del Espíritu Santo, podemos crecer en nuestra capacidad de perdonar, reflejando cada vez más el corazón misericordioso de nuestro Padre.

A medida que nos esforzamos por perdonar sin límites, participamos en la naturaleza divina de Dios, que es amor. Rompemos el ciclo de venganza y amargura, abriendo el camino para la curación y la reconciliación. Oremos por la gracia de perdonar como hemos sido perdonados, confiando en que en esta práctica desafiante pero hermosa, encontramos nuestra propia liberación y nos acercamos al corazón de Dios.

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